Raúl Torres fue «crack»
— 15 mayo, 2015
Por lo general en todos los deportes surgen en determinado momento ciertas figuras de enorme personalidad que no solo son capaces de marcar una época, sino que se identifican con el sentido de su especialidad y llegan a veces a ser como la encarnación de ella. Así por ejemplo cuando se habla de boxeo nadie puede dejar de citar a Jack Dempsey, porque el «Matador de Manassa» resulta el arquetipo del rudo arte, la figura mas representativa la que sintetiza todo lo que fue y es el pugilismo. El ciclismo con Gino Bartali. y la velocidad mecánica con Sir Malcolm Campbell.
Esto en el orden internacional. Pero ya en el marco casero hay también hombres así. Y ello no quiere decir que hayan sido los mejores en cada rama deportiva. Sencillamente sucede que las figuras a que me refiero tuvieron una personalidad muy definida y cumplieron hazañas que los llevaron a esa condición de deportistas representativos. Es así como cuando se habla de atletismo, Manuel Plaza destaca su perfil en el recuerdo. Igual sucede con el Tani en boxeo. Raúl Toro en futbol. Lorenzo Varoli en automovilismo, Eduardo Yáñez en equitación y Raúl Torres en ciclismo.
CUMIPLIO Torres una campaña brillante y dilatada. Actuó en numerosos campeonatos nacionales y sudamericanos con diversa suerte; intervino en competencias internacionales como «Los Seis Días» del Luna Park; triunfó en todas las especialidades de pista y fue durante un tiempo el amo de los caminos chilenos. Pero además de eso, estableció una supremacía de personalidad de gran figura, como si todo el ciclismo chileno girara alrededor suyo. Fue durante años, el eje de su deporte, la figura central, la última palabra.
¿Coincidía esto con su calidad pura de ciclista?
Todo es discutible. No se trata de decir que Torres fue el más grande ciclista chileno de todos los tiempos. Lo que se afirma es que fue el más representativo, el que nunca se olvida. Raúl Torres fue «crack» y tuvo relieves de crack. Supo imponer no sólo sus condiciones de pedalero sino también su exuberante personalidad su atractivo, una suerte especial de «sex-appeal» deportivo que se da muy pocas veces.
AHORA que hablo de lo que fue me vienen a la memoria dos actuaciones suyas, las dos últimas. Y vean ustedes cómo Raúl supo ser astro hasta el final, cómo tuvo el tino especial de dejar de su figura un recuerdo quemante y vigoroso, un recuerdo que no se empañó como en la mayoría de los casos, con las decadentes actuaciones de todos los crack del deporte. Raúl Torres supo retirarse como gran señor. Igual Que Gene Tunney. Lo mismo que si el Tani hubiera colgado los guantes luego de sus dos triunfos sobre Vicentini, y Plaza hubiera dejado el atletismo a su regreso de Amsterdam.
Raúl Torres rubricó su campaña con aquellos dos triunfos magníficos en la "Doble Rancagua" y la "Doble Rancagua-Curicó" en la primavera de 1946.
ERA YA un veterano el año 46 pero quiso antes de abandonar para siempre el deporte pedalero, dejar esos dos formidables recuerdos, despedirse con esos dos triunfos incomparables conseguidos en ocho días y en escenarios brevísimos y diferentes. Porque la «Doble Rancagua» revistió caracteres dramáticos. Uno de esos días retrasado de invierno que a veces aparecen en el mes de octubre puso a prueba el temple de nuestros camineros. Y aquello fue tan tremendo, que de cuarenta y tantos corredores que salieron rumbo a Rancagua, sólo cinco completaron el recorrido y llegaron al Estadio Nacional bajo la lluvia con un frío que cortaba las carnes y se metía en los huesos. Torres, luchó con denuedo y triunfó gracias a esas tres armas que tuvo sobre la bicicleta: piernas, cerebro y corazón.
Supo pelearla cuando era necesario hacerlo, supo guarda energías para los instantes decisivos y sus piernas le respondieron generosamente en toda circunstancia. El regreso con el frío que raleaba las filas a cada kilómetro, con la persecución a Ramírez e Iturrate que habían escapado con la lucha final en la que sólo quedaron Ramírez, Miranda y Raúl Torres fue inolvidable y dramático. Torres estaba en todo; organizaba persecuciones cuando debía hacerlo o dejaba sin inmutarse que algún valiente escapara porque sabía que ya se entregaría solo.
Al domingo siguiente esa otra tan distinta: «Rancagua-Curicó-Rancagua» por un camino infernal, con un calor insoportable, con el polvo metiéndose a los ojo, y dificultando la respiración. Y de nuevo Raúl Torres venciendo con sus mismas armas dictando cátedra de sabiduría ciclística y poniendo a prueba sus piernas y su bravo corazón.
No corrió más después de aquellas victorias y su desaparición del ciclismo activo fue como esas imponentes puestas de sol en la costa cuando el astro se hunde en las aguas en medio de una rica fiesta de colores, con maravillosas combinaciones de rojo y oro, luces y sombras.
Fuente: Revista Estadio, Nº 362, Santiago 22 de abril de 1950.