Entre Curicó e Iloca hay 1000 historias que contar
— 30 junio, 2013Todos, menos uno.Llevaba casi 3 meses desde mi debut en las carreteras y me presentaba como el ciclista menos favorito del grupo. Mi hermano chico no bromeaba, me veía la cara de inexperto, la cara de concentración del resto de los corredores, y se largaba a reír una vez más. «Es que nadie puede venir sin dormir y sin entrenar a competir la carrera más importante del año, en la capital del ciclismo en Chile».
Sus dichos tenían toda la razón, porque en ese momento estaba trabajando en la agencia «Impulsando», y en el diario «La tercera». Y si la carrera fue un domingo, yo pasé casi toda la semana sin dormir porque tenía el examen de título el viernes. De hecho no dormí nada del jueves para el viernes.
-No puedes decir que no he dormido, le dije, el sábado dormí casi 17 horas. Pero soy un tipo obsesivo así que no me llegaron sus dichos.
«Ni siquiera tienes un equipo», me decía. «Ni vehículo de apoyo, vas a hacer el ridículo durante 117 kilómetros».
¡No me interesa!, correré igual y ganaré.
Siempre se ha dicho que el trazo tiene 1000 historias, porque cada uno tiene una interpretación distinta a los cientos de hechos que pasan en el camino.
La verdad, es que mi historia no comienza hasta el final de la carrera.
Mi hermano había sentido compasión de mí, y había ido a buscar a mi viejo a la casa para que fueran en la caravana de autos para que me recogiera en el kilómetro 40. No me tenían nada de fe. Sin embargo, cuando menos se espera de mi, siempre doy el guaracazo, y esta vez no era la excepción.
Corría el kilómetro 80, ya habíamos superado todas las durísimas cuestas del camino y yo seguía como lechuga, listo para atacar.
Ni yo me la creía, pero en el kilómetro 105, cuando ya habíamos superado el infernal tramo de viento de cara, siento que la carrera se define entre uno de nosotros.
Miro hacia el lado, y veo la cara de cansancio de mis compañeros. Sudor, dientes apretados, y todo eso. Y yo, nuevecito… la verdad es que no entendía lo que pasaba, íbamos rapidísimo, pero mis piernas respondían como si fuesen las del mismísimo «Eddie Merckx».
Las bocinas de los autos anunciaban triunfales la cercanía de la meta, la gente salía a la calle y gritaba extasiada mientras escuchaba la carrera por la radio, los carabineros, la televisión, los periodistas, relatores, los fotógrafos a un lado del camino, y la pancarta que anunciaba 2 kilómetros a meta.
Ganar, mi mente en ese segundo me ordenó ganar!!!, el velocímetro vuelve a marcar que la velocidad era de 60 kilómetros por hora, la gente gritaba como nunca había gritado, la ovación de la caravana de autos rugía, y las olas se encaramaban más alto que nunca, no querían perderse el embalaje ni por nada del mundo, entonces el cerebro le dice a mis piernas ATACA!!!!
Iba a casi 70 kilómetros por hora, y tenía a 5 metros un auto en contra el tránsito. Los carabineros le dijeron un montón de veces que no podía salir del estacionamiento hasta que pasaran los ciclistas, pero ustedes saben como son los chilenos, y al menor descuido, encendió el motor y salió.
Tal vez en otra ocasión me lo podría haber sacado de encima, pero ¿en una curva, y a esa velocidad?… difícil.
Entonces, la gente se volteó para no ver, y el estallido fue gigante. los vidrios y la sangre saltaron para cualquier lado y mi cara quebró el parabrisas del auto.
En ese momento el cerebro se formatea, y piensa siempre en lo peor. No perdí el conocimiento en ningún momento, me tiré del capó del auto hacia la calzada, y me quedé quietecito. La gente estaba histérica, la ambulancia, la ambulancia, gritaban algunos. Hubo otro que me dijo, gira la cabeza, no mires hacia arriba. Le hice caso, giro la cabeza y vomito mucha sangre…
Quédate tranquilito, ya viene la ambulancia, todo va a salir bien, respira hondo, ¿puedes?.
(¿Que si acaso puedo?, estuve a punto de ganar y se preocupa de que respire)
Luego viene el chillido horroroso de la ambulancia, me ponen un cuello, y me llevan al hospital de Licantén como a 200 Km. por hora. La paramédica me decía, no te duermas, no cierres los ojos, por favooooor, mírame, ¿puedes?.
¿Que si acaso podía mirarla?, estuve a punto de ganar y no voy a poder mirar a una bella paramédica.
Lo que sí voy a hacer, es revisarme:
¿Las manos se mueven?, ¿los dedos?, perfecto… se mueven. Ya puedo diseñar.
Y las piernas, Augh, ¿se mueven? las dos, bacán, entonces puedo seguir corriendo.
¿Y qué puedo hacer por mientras?, filo, me voy sacando los pedazos de vidrio incrustados en el cuerpo.
Lo que si no voy a poder sacarme nunca, es la espina de no haber ganado la Curicó Iloca, la carrera más importante del año.